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Marcela Lezana Bernárdez
Marcela Lezana Bernárdez | Crea tu insignia

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domingo, 7 de septiembre de 2008

EL ZORRO PIERDE LOS PELOS...

Bien dicen que “ el zorro pierde los pelos pero no las mañas”, y en este pequeño mundo dentro del mundo que es la clínica, convergen un rico abanico de historias personales entre las que nos encontramos con un “zorro” que pierde los pelos aún; y es víctima de no haber perdido las mañas.
Verlo, invita a la remembranza de lo que en otros tiempos se denominaba “ser cajetilla “ o “ petitero”. Zapatos de esterilla blancos o mocasines, del mismo color, siempre limpios y brillantes; pantalón al tono con un impecable planchado que resalta un par de rayas perfectas; camisa de seda haciendo juego, y un pañuelo al cuello, colocado con exquisito gusto, al mejor estilo gardeliano (horas frente al espejo deliberando entre cual escoger; el de seda azul y verde o el de manchitas borravino y mostaza). Blazer azul de fina tela y una boina del mismo color que deja entrever una blanca y generosa cabellera; vestuarioadoptado en sus años mozos y que se constituyó en marca personal perpetuándose en el tiempo. (Hoy, resabios del que fuera el “picaflor” mas codiciado y admirado de mi ciudad).
Se lo podía ver siempre a las mismas horas en el sitio que fuera poco más o menos, su segundo hogar, el mítico “Bar Central”. Estratégicamente situado en Irigoyen y Humberto, esquina céntrica de la ciudadela, que supo sobrevivir los vaivenes del país y se constituyó en “ monumento regional” por mérito propio. Mantiene casi intacta su fachada y estructura; cuyos actuales dueños supieron remozar dándole un “tach” de modernismo sin alterar su clásico estilo; tanto como su fama.
El billar y el clásico “TAC” de sus bolas, el humo ocre de los cigarrillos de los parroquianos mezclándose con el inconfundible aroma de “¡¡¡ una de muzzarela”!!!; o el café Express con medialunas recién hechas, conciertan el corazón y esencia de este “santuario” de muchos, que como nuestro protagonista lo adoptaron como domicilio alternativo.
Los veranos convocan a rostros de distintas edades a sus mesas en la vereda que exhiben el vermouth de los mas añosos o la “birra” de los jóvenes. Las crocantes papas fritas, los maníes, la mortadela, el salchichón y salamines, cortados en dados casi perfectos completan esa particular escenografía. Los partidos de fútbol transmitidos desde la capital por cable, reúnen a fanáticos de ambos bandos en una “casi siempre cordial”tribuna que ruge al grito de gol en su interior, con frenesí y fervor de hincha.
La política, la economía, como tantos otros temas son solucionados en sus mesas y en su atmósfera comulgan los acordes de “ el viejo cafetín”, “el choclo”, “la cumparsita”, los boleros, los Rolling Stones, Bandana o Rodrigo.
Una verdadera caja de Pandora en la que tantos han encontrado la contención que estaban dispuestos a aceptar.
Allí, en ese casi epistolar predio(toda una postal), nuestro prototipo de Isidoro Cañones supo ir forjando su vida conforme a una filosofía que lejos estaba de “esposa e hijos”.
Elegante, de voz suave, con evidente riqueza mental y depurada locución, supo galantear a cuanta muchacha se cruzó en su camino; no solo con esa presencia cuidadosamente concebida, sino con todo un arsenal de múltiples recursos pergeñados a tal fin; como anécdotas por miles, historias de amor y de trampa...; no faltando los éxitos deportivos, desde luego! Los partidos de tenis solían ser la excusa perfecta para lucirse con pocas prendas pero “legalmente,” y auto- halagarse al escuchar los suspiros del público femenino.
A propósito de ello, buceando en la profundidad de su exquisita memoria, aflora una sensibilidad pocas veces revelada por su condición de “caballero de los de antes”. En cierta ocasión me narró que en las postrimerías de su tercer década, su machismo se postró ante la belleza y encanto de “una mujer”, a la que describió con entusiasmo y nostalgia, como una ninfa de larga cabellera rubia y ojos hechizantemente verdes, generoso busto y cintura espléndidamente ceñida que dibujaba a una típica “Divito”, pero...fruto prohibido ( era la esposa de su compañero de juego en los partidos de tenis); que le provocaba largas noches de insomnio y sueños inconfesables”;
Luego de estas contiendas deportivas, solían concurrir a la casa del partenaire en cuestión, a paladear el guiso, puchero o asado, que preparaba “su” deidad, en nombre del festejo del éxito deportivo. Desde luego el disfrute era doble (el culinario y el sentimental), al poder gozar de esa presencia. Pero... un dilema se contraponía a los rígidos principios éticos y morales de la época ( y de siempre, si vamos al caso). Sin embargo su corazón lo traicionaba y así, un día que“su amigo” regresaría tarde a su hogar por razones laborales; nuestro personaje encontró la grieta exacta y se apersonó igualmente a la vivienda de aquel, sin flores ni dulces, mas, con sus mejores galas, en un intento de “cita” no acordada, pero con la certeza de que un “tet a tet” daría resultados conforme a las expectativas largamente acariciadas en su imaginación.
La respuesta fue altamente positiva, y el tiempo junto a su amada pasó tan rápidamente que su retirada le dejó el sabor a lo inconcluso.
Las horas habían “volado”y sin darse cuenta el tiempo del regreso de “ El guardián” había llegado. Pasos, amenazantes del recogimiento en el que se encontraban, se dejaron oír, y un helado rayo de alerta los sacudió en su interior. Urgía una honrosa, y, sobre todo veloz, retirada. Se levantó de un brinco del lecho y tras dejarle sellado los labios con un furtivo beso de despedida al fruto de sus desvelos; tomó sus prendas y con ellas aún en las manos, corrió vertiginosamente hacia los fondos del jardín. El corazón parecía salírsele del pecho y haciendo gala de su excelente estado físico, practicó un ágil y elegante salto para trasponer el cerco; maniobra que fue atentamente observada por la vecina...
En tiempo record cubrió la distancia de 800 metros hasta su casa; y solo alcanzó sosiego al trasponer el umbral de su morada en donde volvió a sentir el placer de la seguridad que le ofrecía estar en cancha propia. Ahora que todo había salido considerablemente dentro de los parámetros aceptables de riesgo, pensaba, se daría una ducha “reparadora de su pulcra presencia” ( que a esas alturas distaba mucho del “perfil” habitual que lo caracterizaba),y se sentaría en su sillón favorito a disfrutar del recuerdo de lo vivido mientras se saborearía un merecido wisky.
Sin embargo, pocos minutos después, el estridente sonido de un furibundo timbre lo descolgaba violentamente de las meditaciones que lo ocupaban. En medio del desconcierto sólo atinó a vestirse (pues aún no lo había hecho), y con cierta aprensión se armó de valor y se dirigió hacia la puerta. Tras ella se hallaba el despechado esposo, blandiendo un arma en su mano, y luciendo un desencajado rostro fruto de la furia que lo embargaba. Parecía dispuesto a lavar su honor con sangre. Se puso a gritarle mil amenazas y el relato de la retirada brindado por una vecina chismosa (y tal vez despechada también por no haber sido ella la merecedora de sus halagos, a manera de venganza) que lo condenaba irremediablemente. Ante tales circunstancias sólo restaba “negar todo”; y así lo hizo, y con tanta certidumbre que el amigo terminó por dudar “a medias”, de tal forma que finalizó diciendo: “-de acuerdo; no pasó nada ...pero no hay mas guiso, ni puchero o asado en mi casa”.
Aún hoy se pregunta qué fue lo que mas lo perturbó; que se resumiría en :-“no poder disfrutar mas de los manjares ofrecidos por la dama”,...se referiría a los guisos?
También hubo disputas, casi de malevo por la pasión volcada en un partido de truco, dados o billar...o en el coqueteo seductor por alguna damicela que lo ponían en el papel del héroe de la película (casi el sueño del pibe...).
La picardía siempre delicada y respetuosa; junto a un ramillete de poemas cortos llenos de filosofía popular, lo transformaron en la estampa varonil que tiene la palabra justa para cada ocasión; lo que le daba un aire de “ganador”. Creyó que el tiempo se mantendría inmutable para él, mas, lo sumió en su propia trampa de la que ya no tiene sentido salir.
Pasaron los días, meses y años y con ellos el inexorable andar de las agujas del reloj (siempre hacia delante) fue dejando su huella, imprimiendo el ocaso de una vida vivida a “su manera”.
Se emplazó en la clínica por sugerencia de su única hermana; más como mudándose a un “petit hotel” que a un establecimiento con connotaciones de geriátrico; acompañado una vez mas de su taco de billar (dos piezas), cuidadosamente guardado en una funda de cuero negra con sus iniciales grabadas en dorado.
Algunas de las “ilustres”ciudadanas Puntaltenses recuerdan aquella firme estampa arrancando suspiros a su paso y provocando la aceleración del latir cardíaco por la sola articulación de algún piropo salido de sus gruesos y sensuales labios; siempre listos para tal fin.
Nuestro Play Boy hacía gala de encontrase siempre rodeado de curvilíneas jóvenes que sentían glorificarse con sólo haber estado ante su presencia; aunque él jamás se enterara. Extraño y natural imán las atraía a este estereotipo de Isidoro Cañones.
Su selecta apariencia se está derrumbando mansamente; como a los edificios añosos a los que se les va cayendo el revoque si no cuentan con ”un dueño” que los cuide...; mas el viejo zorro, aunque carcomido por el paso del tiempo, no pierde oportunidad para dedicar alguno de sus piropos extraídos del baúl de los recuerdos;( “ ninfa de caderas eróticas, que caminas cuan gacela, déjame amarte hasta que me muera”), cuando alguna dama concurre en el horario de las visitas a fin de acompañar a sus familiares internados.
He visto a señoras y señoritas con un extraño brillo en los ojos; y alguna que otra con sus mejillas sonrojadas, ante el placer de ser lisonjeadas con un piropo y reconfortadas en su ego coqueteril.
- “ qué magnífico ejemplar de hombre”! – escuché alguna vez a una tía cuarentona en referencia a nuestro galán, sin ánimo de ocultar su tono de admiración
-“qué dulce!!-,suspiró una jovencita enamorada que notablemente aún desconoce de las bondades de la galantería.
-“qué viejo verde”-,dijo una sesentona mientras reacomodaba sin éxito visible su cabello y retocaba su maquillaje en forma sutil pero inútil ya.
Las enfermeras lo instaron sutilmente, a que se dejara una barba tipo candado, a lo que pameándose el rostro manifestó:”- un caballero debe estar siempre bien afeitado y con las mejillas suaves y dispuestas para sentir el calor de los labios de una dama”; luego de lo cual agregó – “yo soy de la guardia vieja!”.
Trovador de mil luces, navegaste por la vida entre alegrías y tristezas, hoy vagas en silencio por el pasillo del sanatorio compenetrado en tus pensamientos, como en una charla interior en la que oscila entre el revivir mentalmente aquellas épocas- que te arrancan una sonrisa cómplice-, y el preguntarse en qué punto debías detenerte para avocarte a forjar una familia.?
Hoy te vi llorar amargas lágrimas de pesadumbre por lo que pudo ser y no fue; por lo que pudo dejar de ser y fue..
La soledad te envuelve en lo negro del ostracismo y del olvido. Galán y seductor, queda en nosotros mantener vivo tu espíritu en la tierra, como quedó ya grabado tu paso en cada baldosa de las veredas de nuestra ciudad.
MARCOSELA






























































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