PALABRAS

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Marcela Lezana Bernárdez
Marcela Lezana Bernárdez | Crea tu insignia

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sábado, 20 de septiembre de 2008


QUIÉN HUBIERA DICHO

Había una vez... una joven que llevaba una vida de lo más “normal”. Familia clase media, bien constituida; con lazos bastante firmes; “de principios” podría decirse. Estudiaba profesorado en historia y tenía los proyectos de cualquier muchacha de su edad.
Quiso el destino que conociera un efebo con el que comenzaron a salir, compartiendo gloriosos momentos de complicidades que los llevó a ponerse de novios. Estando ya en su segundo año de estudios, decidieron unirse en matrimonio.
Pronto llegaron los niños; esos querubines que aterrizan con un pan bajo el brazo y un bagaje de alegrías para dar y demandas que atender. De tal guisa, el tiempo ya no alcanzaba para cumplir con todas las actividades; por lo tanto se imponía evaluar la situación, luego de lo cual, quien quedó excluida fue la Alta Casa de Estudios.
Felizmente se avocó a su familia; no sin dejar de leer cuanto texto llegaba a sus manos, prefiriendo los tratados de historia, por supuesto; y los de matemática y física.(siempre sus dilectas compañías)
Juventud, belleza; familia propia armadita como en los cuentos y muchas ilusiones; muchos proyectos que esperaban tan solo “el momento”. ¿Qué mas se podía pedir!?...Nada hacía prever que no se pudieran realizar. Pero...algo pasó.
La observo desde la oficina de la administración del sanatorio; está... bueno, es una forma de decir “está”, es su cuerpo el que se muestra, pero no puedo imaginar por dónde anda su mente y atención. Parece perdida en la columna de humo de su cigarrillo como en un laberinto del que no halla salida.(y quizás ni la busca)
Abstraída de todo aquello que se mueve a su alrededor, tamborilea sobre la mesa, sin pausa y sin ritmo, sus regordetes dedos; que en época no muy lejana fueron delicados y delgados, como de una figura de porcelana.
Cada vez que vuelve de sus viajes mentales, suele recordar: “-me veía muy bonita con los vestidos que me reglaba mi marido. Dice, con un dejo de melancolía disfrazada con una sonrisa de Gioconda; que nunca sabré si es sonrisa o es dolor camuflado:”- Roberto tiene muy buen gusto. Para el segundo aniversario de casados me había regalado un vestido rosa con flores violetas y azules que me quedaba hermoso, y a él le encantaba que me lo pusiera para ir a comer a aquel restaurante que nos vería reunidos a la misma mesa, como aferrados a un ritual”.
La miro y automáticamente se me cruza pensar que hoy sería imposible elegir algo así para ella, que luce una contextura desbordante de adiposidad; sin relacionarla a una mesa vestida.
Toma lo que queda del cigarrillo con indiferencia, sin advertir que la larga ceniza olvidada, ya cayó sobre la mesa a la que se encuentra sentada aguardando la llegada de sus visitas.
Regordete rostro de sonrosadas mejillas, apenas pincelada de rubor, y pequeños labios retocados con un lápiz labial al tono, maquillan su déficit de autoestima. Detrás de unos lentes de aumento considerable, se camuflan un par de grandes ojos verdes; océanos que conviven con el dolor; aunque sólo lo sepa por momentos; de los que calculadamente quiere fugar.
Me acerco y apoyo suavemente mi mano sobre su hombro, con cuidado de no sobresaltarla, en busca de alguna reacción; pero es en vano. Continúa abstraída casi catatónicamente, ensimismada, introvertida. Peregrina periférica de la realidad.
Sigo mirándola; no pudiendo evitar mi asombro, una vez mas, ante las enfermedades mentales y su monopólico poderío insondable.
Repentinamente asaltan mi memoria desesperadas palabras del marido, mechadas entre lágrimas; entregado a una dolorosa confesión atragantada: - “Luego de cumplir los 25 años, nuestras vidas emprendieron un trágico derrotero que no ha vuelto a ver la luz sino por breves instantes ya diluidos entre tanta oscuridad. Cómo puede una depresión destruir tan grotesca e infamemente!; traidora de ilusiones, carcome lentamente.
Reconozco que al principio no le dí importancia a esos signos que se daban aisladamente. Un día no tenía ganas de vestirse, ni de levantarse; luego dejó de arreglarse- ni el mas mínimo detalle. Nada parecía importarle. Las nenas la reclamaban, pero ella no acusaba recibo de nada. De repente volvió a estar bien, como si nada hubiera pasado. Ese fue el principio de una secuencia que en lo sucesivo nos tomaría por asalto sin tregua. Como si fuéramos los protagonistas de una mala película de suspenso.
El suspenso era tratar de adivinar por cuánto tiempo se mantendría la “normalidad”. Así entramos en un “círculo vicioso del no disfrute”, ya que mientras la crisis duraba no podíamos encontrar alegría, pero cuando había pasado tampoco la hallábamos temerosos de ver cuándo regresaría.. Pensar que eso no era mas que la aceituna del canapé del gran festín que luego se daría la enfermedad con todos nosotros.
De pronto, un día, llegó a la casa con una cortadora de césped!- en nuestra casa lo mas parecido a un jardín son las cuatro macetas mal regadas que disponemos, por pocas, sobre la mesada de la cocina!. Y no voy a olvidar en mi vida cuando, ya teniendo 15 años las chicas; apareció felicísima con 15 bolsones de pañales para bebés!... El llanto se intensificó con histeria nerviosa, pero necesitaba ser oído.- No podía entender que´extraño sortilegio acertaba dar justo al centro de las esperanzas a las que día a día intentábamos aferrarnos como a una última astilla en medio del mar.
Cuando empezó a tener reacciones violentas con las chicas y luego conmigo, fue que me decidí a consultar con los médicos; pero allí comenzó nuestra peregrinación, nuestro Dantesco proselitismo ( infierno-purgatorio... pero aún sin paraíso).
Se sucedieron las contestaciones desagradables sin interrupción; no hacía falta que mediara motivo para desencadenarlas, ni persona en especial que las provocara. Los vecinos comenzaron a ser depositarios de imprecaciones irrepetibles cuando menos se lo imaginaban, acarreando malos entendidos a diestra y siniestra (bien siniestro todo!). –
Sin duda la alteración psíquica se había desencadenado. Acerqué mi silla a la de ella, tratando de no hacer ruido. La tomé de la mano y me afané a lograr un intento de contacto utilizando los tonos mas suaves de mi voz. Giró su cabeza lentamente, me observó por espacio de segundos –que parecieron largos minutos de incertidumbre durante los que pensé infinidad de respuestas, buenas, malas, ninguna; en fin- ; y frunciendo la frente parecía querer dar al blanco en el pensamiento, para reconocer a quien le llamaba la atención; hasta que por fin hizo contacto y esbozando una especie de sonrisa, dijo, casi imperceptiblemente:-“hola, Doctor”.
Llegaron sus visitas; sus dos hijas y su marido; por lo que creí oportuno dejarlos “en familia”, ya que no es prometedor el panorama que les espera en este sentido...
Llegó la noche; túnel del tiempo de sueños imprecisos. El suave cantar de la lluvia, golpeando en forma rítmica el techo de chapas, invitaba al descanso reparador, y a alguna que otra reflexión involuntaria. El constante trato con este tipo de personajes las alienta; enfrentándonos, las mas de las veces, a nuestros propio defectos y virtudes. Todo en la clínica estaba en silencio y tranquilidad. Finalmente me venció el sueño
( ¿reparador?)
Un tenue sol acompañaba al amanecer coloreando los rincones en sepia - una foto antigua -, y el bullicio de la actividad que despertaba, marcaban el inicio de un nuevo día cargado de expectativas para todos mis pacientes; aunque sabía que para muchos de ellos el “nuevo día” era sólo “despertar”.
Pero traté de sacudir la congoja que este hecho me sigue produciendo recurriendo a la pureza del aire fresco del jardín. El cambio de temperatura me estremeció; aspiré una bocanada de aire al tiempo que me estiraba elongando brazos y piernas. Aún podía ver las gotitas de la lluvia sobre las hojas; que se doblaban con su peso; y hasta al mismo arco iris resistiéndose a partir. Aspiré nuevamente y un beso de olor a tierra mojada me señaló que hay mas cosas buenas que malas en la vida. El verde parecía mas verde...
Luego de haber desayunado, me dirigí al consultorio ( silente testigo de las entrevistas con los pacientes) a iniciar, una vez más, la dura batalla contra los gigantes de Cervantes.
Se presentó ante mí nuestra “regordeta” amiga, con la apariencia de haber tenido un buen dormir; cosa que me satisfizo sobremanera- esto ayuda mucho ( cuántas pequeñas cosas comienzan a ser de importancia conforme pasa el tiempo!...). Se la veía tranquila y esta vez, “presente”. Me saludó cordial y correctamente tras lo cual le practiqué un examen físico y me dispuse a completar la historia clínica.( tareas repetidas, pero distintas en cada caso).
Lúcida, ubicada temporo- espacialmente, comenzó a expresarse con un fino léxico que acreditaba a una persona rica intelectualmente. En esta oportunidad parecía tener la necesidad de hablar, y lo hizo así:-“ la paz, la armonía, el respeto, eran moneda corriente en mi familia, Doctor.- con esto parecía estar diciendo en voz alta algo que quizá había estado repitiéndose mentalmente durante toda la noche-y continuó: -“ aunque no lo crea, yo era muy linda!, delgada y muy inteligente. Pero a partir de los 25 años – se detuvo pensativa- no se qué pasó. “ “Una gran depresión me arrebató todo; lo peor es que no reconozco el motivo que la generó. Casi sin darme cuenta me encontré bautizada dentro de un universo sin color; nada me interesaba. Comencé a deambular por los profesionales de la salud que me “empastillaron”, para esto y para aquello, con éxito relativo ya que me arreglaban tibiamente por un lado mientras me convertían en esto que soy hoy...-se miró de arriba abajo señalándose con las palmas de las manos vueltas hacia arriba, como haciendo un escaneo de todo su ser. “Luego caí en una serie interminable de escenas y situaciones de celos con mi marido que hicieron que la convivencia fuera una misión imposible. Empecé a abandonarme, a desatender a mi familia y los quehaceres domésticos. “ Pero creo,- y volvió a quedar en silencio, entrecerró los ojos intentando divisar algo hacia adentro (o en el mejor de los casos a corroborarlo) y volvió a pronunciarse-, creo que lo que realmente me lastimó fue la necesidad incontrolable de ejercer la violencia física contra mis hijas y mi esposo, en especial y no poder evitarlo.”
Allí se quedó este día. Nuevamente se fue mentalmente haciendo que no pudiera continuar con su relato. Llamé a la enfermera para que la acompañe a donde quisiera ir. Con su relato corroboré definitivamente que me encontraba ante una “personalidad bipolar”. Retiré su historia clínica para verificar la sintomatología histórica que presentaba hasta la fecha y así acerté a completar “el cuadro”; qué ironía que se lo llame así.-
Pasaron los días y la aparente tranquilidad, que precedía a la tormenta, seguía su curso. Sentada ante la mesa de su habitación “devoraba” libros de historia y realizaba complejos problemas de física o matemática. No dormía sino hasta muy altas horas de la madrugada y por breves períodos; dando claras señales de insomnio. Todo indicaba que requeriría mayor dedicación. Intensifiqué las entrevistas; pues veía que era preciso seguir de cerca el desarrollo de su comportamiento; para saber en qué momento debería reforzar la medicación.
Se sucedían las jornadas y tras cada una mostraba un estado de molestia y tensión indiscutibles ante las preguntas que se le realizaban con mayor acritud en cada ocasión. La hiperquinesia y el rechazo al diálogo no facilitaban las cosas; pero cuando accedía al mismo, afloraban las ideas delirantes respecto de sus estudios y capacidades. Dice, con absoluta convicción-“ – ahora que completé mis estudios voy a recibirme de ingeniera y ya tengo pensados grandes proyectos; ya tengo los cálculos hechos; nada puede fallar; soy un genio!...”
Los miembros del equipo de salud mental dispusieron el aumento de las dosis de medicación con el objeto de hacer lo que solemos llamar “rescate medicamentoso”. Dicha maniobra revirtió los síntomas en un par de días, sin embargo, el episodio maníaco se desarrollaba ” detrás de bambalinas”. En unas cuantas jornadas se la pudo declarar“compensada”, por lo que se le concedió el alta sanatorial; con el compromiso de continuar el tratamiento farmacológico en domicilio pero sin descuidar la asistencia sistemática a los controles por consultorio externo.
Con evidente felicidad se retiró una vez mas junto a sus hijas; a quienes abrazaba con devoción, y su esposo; que tiene el aspecto de la persona abatida por tantos fracasos anteriores y que siente un marcado escepticismo acerca de la mejoría de su cónyuge.
Los acompañé hasta la puerta haciendo especial hincapié en que no descuidara los tiempos de las drogas - pues sé que de ellas depende su manutención o equilibrio por el momento- y el de su familia en última instancia.
Transcurrieron 6 meses desde ese momento. Todo indicaba el retorno a la “normalidad”. El estado de ánimo parecía el óptimo según lo que se dejaba profetizar luego de cada re-encuentro de control, y sus relaciones familiares y sociales aparentaban haberse mejorado.
Una noche –de esas muchas que no tienen nada de especial- me encontraba sosegado entre las sábanas; haciendo la guardia de siempre y en estado de semi vigilia (con el radar natural pendiente de “mis niños”, mis loquitos); cuando de repente me sobresalta el sonido del timbre que comienza a sonar insistentemente. Obviamente lo primero que hago es verificar la hora. Eran las 02:00 hs de la madrugada!. Qué había pasado!, por mas que hacía el esfuerzo, y barajé miles de opciones en los segundos que demoré en vestirme, no alcanzaba a presumir el motivo real de la perturbación.
Me dirigí a la puerta de la clínica con una mezcla de sensaciones a flor de piel -A pesar de los años nunca termino de acostumbrarme-, y ...menuda sorpresa me llevé (aunque intenté fingir afectación). Ante mí se desarrollaba una escena digna de la mas cruenta de las películas policiales.
Luces giratorias se cortaban en la penumbra de la noche cerrada que era. Un patrullero, montado en la vereda, mostraba sus puertas abiertas de par en par, y cuatro uniformados, se desvivían forcejeando en el intento por lograr desensillar a alguien que se encontraba en sus entrañas y gritaba desgarradoramente negándose a descender emitiendo voces guturales que parecían llegar desde un mas allá remoto y desconocido.
Cuando finalmente lo lograron, alcancé a divisar una figura regordeta y de baja estatura, que tomada de las esposas era arrastrada hacia el dintel del sanatorio no sin un gran esfuerzo.
Ya a la luz de la antesala pude distinguir su rostro. Sí, era ella. La paciente que hacía tan solo seis meses atras nos dejaba con una sonrisa de esperanza y fe.
La congoja que me invadió trajo consigo unas palabras que leí en algún libro ; a ellas me aferré probablemente como inmunización pasajera ante una situación que imperturbablemente seguiría ocurriendo mas allá de mis esfuerzos.
El oficial de policía a cargo del procedimiento,-notablemente agotado- manifestó: “-nos llamaron porque la señora estaba destrozando la casa y molestando a los vecinos”.-mientras reacomodaba su uniforme-.
Minutos después llegó el cónyuge con los efectos personales de la protagonista necesarios para una internación; ritual al que parecía estar ya habituado a juzgar por la rapidez de su arribo.
Inmediatamente ordené inyectar a la paciente con medicación específica (según protocolo) para los cuadros de hiperexitabilidad. Tres servidores públicos debieron sostenerla para la maniobra. Se la podía ver con el rostro desencajado y articulando insultos a diestra y siniestra; con ropas desordenadas y realizando movimientos bruscos y sin control que la asemejaban mas a una fiera herida que a una ser humano.-en cierta forma lo era-.
Luego de minutos (que parecieron horas) se logró la ansiada sedación. Así pude hacer retirar la custodia policial y las esposas; y en mi pensamiento corroboré que se hacía ostensible la segunda etapa de las manifestaciones de la dolencia: la violencia, que sin razón alguna y en forma espontánea había nacido abruptamente.
De esta manera, convertido en espectador del penoso proceso que seguía su trayectoria; insensiblemente a los sentimientos de todos; se me ocurrió la comparación con una torta de caja, de esas que solo hay que agregarle los huevos y una taza de leche, y que tienen fecha de vencimiento. En mas de una oportunidad creí que la torta saldría igual de bien aún pasada la fecha de vencimiento, y cada vez noté que sólo sale un pastel apelmazado, sencillamente porque está vencida. Con lo que nos resta acomodarnos y aceptar que si es una torta vencida su apariencia y resultado no serán los mismos que los de una torta ok!. Y la disfrutamos así o la tiramos. Con esta dolencia pasa lo mismo –salvando las distancias, desde luego, y sin tirar nada;ni a nadie -, se trata de un organismo que tiene algo vencido, de forma que los resultados que debemos esperar de ella deben tener relación con la aceptación de la situación ya conocida y cuales son los alcances que podremos pretender. O la aceptamos así o no vivimos.
Advierto lo valioso que es ser agraciado con la claridad, con la lucidez de la conciencia; de la asociación de ideas y del juicio; valores imprescindibles para ser de los de afuera, que sin embargo nadie repara como tales sino tan solo luego de carecer de ellos y cuando probablemente ya es tarde.
Consumamos las tortas de nuestra vida antes de sus vencimientos; que a todos nos llega...SEPAMOS DISFRUTARLAS SEA CUAL SEA SU SABOR.
MARCOSELA

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