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Marcela Lezana Bernárdez
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martes, 26 de octubre de 2010

CHAU PERRO CUENTO Nº 1



 Enfundada en un impecable guardapolvo celeste, va y viene por todas partes atendiendo mil actividades; infatigable, dura como un roble. Se mueve como pez en el agua, con certeza, con soltura y con la convicción de que lo que hace solo ella lo puede hacer con esa eficiencia. Su contextura física menuda es delatora de una vida al servicio de los demás, de tal guisa que sus finas piernas son contenidas y aliviadas por unas medias elásticas que aguantan a sus orondos cordones varicosos Dieciséis años en la clínica la convirtieron en pieza clave, no por los años, sino por su personalidad. Es un ser “especial” que supo enraizarse tanto en los de adentro como en nosotros. No podemos verla callada porque nos enseñó de su vigor verbal...que respetamos, y al que nos amoldamos como parte de un tácito trato de reciprocidad laboral. En una ocasión un paciente me comentó:-“suele ser odiosa y amorosa al mismo tiempo; odiosa porque me reta, y amorosa porque lo hace por mi bien”. Escogí esta descripción porque creo que hace honor a nuestra protagonista y quizá sea la que mejor la pinte y resuma. Podría decirse que es un producto “made in selva”, pues fue ella,¡ la localidad de La Selva!, en la provincia de Santa Fé, distante a unos cientos de km de Reconquista, quien la vió nacer. Pueblito rural, casas dispersas, un par de negocios y una estación de servicio; que ofrecía lo elemental, entre kerosene y velas; fueron su mundo de los primeros años, en donde el cielo se mezclaba caprichosamente con el horizonte infinito. Allí, lejos del mundanal ruido de las ciudades, tuvo por juguete y compañía al silencio del campo, el trino de los pájaros, el chillido de las cotorras, el mugir de las vacas y el aburrido relincho de algún viejo caballo pastando sin apuro ni rumbo fijo. Su padre había sido “autoridad,” ya que tuvo a cargo el Destacamento de Policía de La Selva. De él heredó carácter y 15 hermanos (8 varones y 5 mujeres). Al ser la segunda de este nutrido equipo, pronto experimentó las desventajas y escasas ventajas de su precedencia. Los sucesivos nacimientos, casi en forma continua e ininterrumpida, la hicieron obligada copartícipe en la crianza de sus hermanos y realización de los quehaceres domésticos. Un kilómetro y medio de campo y cielo era la distancia que la separaba de la escuela primaria ( rudimentaria construcción de madera y paja, en medio de una pintoresca nada, casi a manera de hito), a la que concurría diariamente, con calor, frío, viento o lluvia; trasladada por un para de pequeños pies que luego deberían conducirla de regreso a casa para el cumplimiento de la rutina familiar, cosechando algodón o desgranando el maíz o el girasol, que en mas de una oportunidad hicieron sangrar sus cándidas y pequeñas manos de 8 años. Y así fue creciendo, con muchas responsabilidades, mas con igual grado de amor. Todo ello forjó un espíritu de lucha que no se doblegó ante los reveses de la vida, entónces, ni hoy... Levantarse a las 04:00hs de la madrugada, cuando aún no aclaraba el alba, para iniciar el rito ineludible de separar las vacas de los terneros, ordeñarlas, llevarlas a pastar; luego, el algodón, el maíz, el girasol; y mas tarde, los quehaceres de la casa; sin olvidar el cuidado de los hermanos; constituían su horizonte. Deberíamos aprender la lección que surge de estas vidas forjadas en el candor de la lucha, para saber valorar lo que tenemos y así no pronunciarnos como mártires a héroes de barro... A los 22 años de edad ya tenía un temple decidido que la inspiró a buscar fortuna en la gran ciudad; y, recordando a un familiar que vivía en Córdoba Capital; se dijo:-“por qué no?. Armó su baulito de ilusiones y hacia allí se encaminó; no sin miedos, desde luego, pero con ímpetu y valor, en busca de fortuna. Siempre dispuesta y sin quejas en sus labios, se dio nuevamente a la lucha, con la sagacidad que dan las vivencias. Aquel familiar supo reconocer los ingentes esfuerzos que esa joven estaba haciendo, y en virtud de ello la ayudó. Así, dieron con un trabajo que parecía a su medida; portera de un colegio. (no debemos olvidar que la atención de los quehaceres de la casa y de niños, habían sido su leit motiv de los años precedentes); digamos que a nada nuevo se enfrentaba. Comenzó con su nueva tarea con el mismo empeño que siempre la caracterizó. La soltura con que se desempeñó desde el primer instante, la hicieron acreedora de confianza. Ahora sí podría consultar con las autoridades del establecimiento educativo a cerca de una idea que le andaba rondando la cabeza; la posibilidad de que le permitieran ocupar un galponcito; emplazado en el mismo edificio (casi en un rinconcito), que se utilizaba para los “trastos”( viejos bancos destartalados, algún busto de prócer casi irreconocible por las magulladuras, y uno que otro escritorio olvidado bajo el polvo de muchas épocas pasadas); para acondicionar a manera de piecita. Desde luego no hubo inconvenientes y ágilmente inició su transformación feliz de pensar que de esa manera podría ahorrar unos centavos más. Se avocó a la tarea noche y día. Cuando terminó, se detuvo un instante y echó una mirada a su alrededor. Moviendo afirmativamente su cabeza, cruzó los brazos y se dijo:”- una vez mas lo logramos (como hablando con Dios, en una conversación muy personal). Día a día le practicaba un arreglo mas en sus momentos libres; a su 4 x 4 sin motor; aportando al espacio detalles de mujer que lo revelaban extrañamente hogareño; y los muchos niños que solían rodearla, la hacían sentir realmente en su salsa. Sin embargo; pasado un año, mas o menos, su inquietud y deseos de progreso pronto le indicaron que sería interesante intentar algo mas; y nuevamente armó su maleta y esta vez fue la Capital de Santa Fe la que le abrió los brazos. La ciudad, era realmente bonita y señorial. Verde y húmeda; con árboles añosos y casas de hierros y bronces perfectamente lustrados. Rápidamente, esta primera impresión la cautivó, y, definitivamente la decidió; se quedaría a intentar suerte en ese lugar. Y como Dios Siempre le daba una mano (según sus propias palabras, repetidas en mas de una ocasión), y las recomendaciones que la acompañaban eran inmejorables, halló trabajo como mucama en la casa de un prestigioso médico. Al principio se encargó de los quehaceres pesados, mas, poco a poco, fue demostrando su confiabilidad y ganándose el respeto y estima de la familia entera. Se convirtió en madraza de los hijos y consultora de la propia ama de casa, que ya había notado su fluido desempeño en las cuestiones familiares. Y el mismísimo médico le derivó la responsabilidad de llevar su nutrida agenda con los turnos de los pacientes y demás recordatorios. Había ascendido a “secretaria”. Recuerda que aquellos fueron muy buenos tiempos, no obstante, no fue suficiente estímulo como para detenerla en su propósito de hallar una oportunidad mas redituable; por eso, a los 25 años de edad , llega a San Justo (provincia de Bs.As), en donde aprende a hacer una nueva actividad, el “armado de camisas” en una textil. Y como siempre, agradecida a la vida, realizaba amorosamente su labor; cosechaba buenas amistades, que la valoraban por su dedicación y seriedad; y rendía tributo en honor de lo que consideraba su “buena estrella”. Un día conoció a un joven que trabajaba como tornero en una metalúrgica de la zona, y que cautivó su corazón con un flechazo de amor (de película). El mismo que la acompaña hasta hoy. Tuvieron cinco niños, de los cuales el segundo los abandonó intempestivamente al año de edad, luego de un largo y tortuoso padecimiento de leucemia, que los mantuvo en vigilia constante durante varios meses. Pero el sufrimiento de esas noches de desvelo y su posterior pérdida, no los amedrentó. Se dieron a la construcción de su hogar; como los horneros. Codo a codo colocaron ladrillo tras ladrillo, alentados el uno por el otro y con la ilusión de lograr su propio espacio en el mundo. Ladrillos, mezcla y materiales por doquier fueron dándole forma a su castillo, pero un día, la empresa en que trabajaba su marido, comenzó a decaer económicamente y pronto prescindió de sus servicios. Mate y pan duro para ella y su esposo; leche, carne y frutas para los niños, eran la preocupación diaria entre changa y changa. Mas el destino nos da sorpresas todos los días y a ellos les llegó la suya con el cumpleaños de su cuñada que vivía en Punta Alta. Quién sabe por qué razón, juntaron los pocos ahorros de que disponían y sacaron un pasaje para que él pudiera viajar a compartir ese evento; mientras tanto nuestra protagonista se quedaba a cuidar de sus pequeños y de su castillo. Pasadas pocas horas desde ese distanciamiento, recibe de su amado un sorprendente telegrama que le anunciaba que había conseguido trabajo en los arsenales de la Base Naval Puerto Belgrano. Sin dudarlo volvió a organizar sus petates, como boy scout ( siempre lista!), y marchó raudamente a reunírsele; lo que los obligó a malvender el fruto de sus esfuerzo, pero con la fe y esperanza puestas en aquel remoto y desconocido paraje para volver a empezar. Ya hace 30 años de aquella anécdota. 30 años durante los cuales se dedicó imperturbablemente a dotar a su descendencia de las armas necesarias para defenderse en la vida; hasta que en un punto consideró que era tiempo de ayudar a alguien mas y para ello se alistó al séquito de la clínica. En los años en que me desempeño en este lugar, he visto desfilar mucho personal de enfermería que desiste de la labor a realizarse merced a las dificultades que representa convivir con el paciente psiquiátrico; que no lo es tan...”paciente”...,y , ni qué decir de sus familiares, que la mas de las veces lo complican todo. Bien dicen que “hay locos que locos son; hay locos que locos se hacen y , hay locos que vuelven locos a los que locos no son”...Quizás sea una charada, quizás sea así, o tal vez un revuelto de ambas cosas; lo que sí es cierto es que define con claridad la realidad de esta delicada labor. Hace dieciséis años que nuestra selecta dama nos acompaña, y nos ha enseñado, sin darse cuenta, de lo mucho que se puede lograr con una gran dosis de buen humor; pues con liviandad olvidamos que sólo un par de músculos nos hacen sonreír y que hacen falta una docena de ellos para que en nuestro rostro se dibuje la expresión corporal del dolor. Su humor es sencillo, rudimentario, ácido; pero muy efectivo. No siempre bien entendido y menos comprendido, si embargo le ha dado resultado. Todo ello conjugado con el hecho indiscutible de que la paciencia no es una de sus virtudes, mas un dinamismo extremo (que la hace “casi” omnipresente), obtenemos una explosiva receta que ha salpimentado, graciosamente, momentos difíciles que me han tocado vivir en el sanatorio.(si están pensando que la admiro...están en lo cierto). Ello me trajo a la memoria un caso en particular, cuando en cierta ocasión me encontraba lidiando con un paciente psicótico en plena crisis. Debía intentar persuadirlo de la necesidad de inyectarlo para calmarle el estado de angustia del que estaba siendo presa, mas el único resultado que venía obteniendo era su negativa rotunda y los ademanes de una inminente agresión física. Pese a los mil y un argumentos esgrimidos para lograr mi objetivo, el fracaso era absoluto y evidente. Nuestra protagonista, era silente observadora de la escena a escasos metros. En un momento opté por hacer una breve retirada para calmar los ánimos (de ambos); cuando regresé a la palestra, encontré un paciente tranquilo, sentado junto a “ella”, como un corderito junto a su pastor. No podía dar crédito a lo que veía, pero más atónito me dejó lo que escuché a continuación:-“ Dr., el paciente me dijo que acepta que se le haga la inyección”. Desde luego no le hice repetir la sentencia, e indiqué a la enfermera de guardia que procediera, tras lo cual, nuestro joven de 23 años de edad, 1,84 mts de estatura y una presencia física propia de un rugbier, se durmió como un querubín. Una intriga palaciega me carcomía por saber qué ardides había empleado para lograr la hazaña, y para develar el enigma la llamé al consultorio y sin mas preámbulos le pregunté:”-decime, cómo tranquilizaste a esta fiera y lo convenciste del inyectable!!!. Me miró un instante sin modular palabra, pero pude adivinar un brillo jactancioso en sus ojos, y socarronamente me contestó:-“cosas de brujas!, tras lo cual rompió en una moderada risotada para luego agregar, atinadamente:_”mire Doctorcito, Ud. sabe mucho de medicina y de pacientes; pero yo se que hay cosas que usted no puede hacer; por eso cuando ud. se retiró me acerqué al muchacho, fijé mis ojos en los suyos ( relato que iba acompañado de la recreación de la situación con ademanes por demás elocuentes), y continuó así:-“lo agarré del cogote y le dije:- mirá viejito, si no te dejás hacer la inyección te rompo el c... a patadas; porque yo no tengo la paciencia del Dr.”. Obviamente la situación y su corolario, ameritaban una carcajada compartida y un abrazo cómplice en reconocimiento a su triunfo. Pero no es este el horizonte último de esta brava mujer. Digo esto porque no sería justo no mencionar otro de sus atributos que le convalidaron el mote de “bruja”; y es que tiene una habilidad un poco natural, un poco adquirida tras los años de experiencia. Sucede que suele escurrirse entre el equipo médico; “acompañándolo”, por supuesto, “por si necesitan algo”, cuando pasa revista de sala. A veces esa rutina no importa mayores inquietudes; pero en ocasiones nos hallamos en presencia de un paciente crítico, y es allí cuando ella hace su aporte con manifestaciones tales como:-“ esta noche no la pasa” o “no creo que dure mas de 48 hs”. La realidad suele confirmar casi con exactitud de vestal su profecía; seguramente lejos de querer con ello obtener una aureola de popularidad, ya que muy por el contrario sus presagios hechiceros despertaron cierta suspicacia hacia su persona por parte de los profesionales que sienten una especie de impotencia a pesar de los ingentes esfuerzos por torcer ese destino agorero. Y digamos que a veces también son presa de un concierto de mezquindades que suelen nublar el objetivismo. Aún, en momentos en que nos encontramos haciendo la guardia, y que creemos que ya todo está bajo control; si ella nos llama y nos dice: -“no lo veo bien a fulano o mengano”, es menester no subestimarla, pues seguramente el cuadro clínico así lo requiere. Es oportuno recordar que sus conocimientos de enfermería son empíricos, pues no estudió esta área de la medicina ni por correspondencia. Sin embargo, una vez mas, su experiencia de vida, de alguna manera, la estimula a animarse a participar activamente en la labor asistencial. Y muchos son los días en que la naturaleza de las patologías que manejamos nos dan un revés que nos coloca de cara a los límite de nuestras posibilidades, y es en ellos que solemos sentir el sabor amargo del fracaso o la frustración. Tampoco ella escapa de estas circunstancias , más aún, ya que ha sido golpeada, arañada, salivada y hasta mordida por pacientes excitados; mas les hizo frente sin pestañear, lo que le ha valido el respeto por parte de unos y el ser “temida” por otros. Pero así y todo, nos ha dado una nueva lección, cuando una vez, que habíamos transitado por “uno de esos días”, al final de la jornada el agobio era extremo, y con la cabeza en mil cosas me retiraba de la clínica sin advertir su presencia; entonces, lejos de la incomprensión y desde el fondo del pasillo, me gritó: ”-hey,Dr.,qué, somos perros que ya no saluda!?, a lo que repliqué , conforme al chiste ,saludándola; -“chau perro!!, y, desde entonces, cuando me despido, remixando aquel momento; ella responde: “-guau, guau!!!”, transformándose , este, en un saludo personal que cada día le pone un poquito de humor a la batalla.
Marcela Lezana Bernardez / Marcos .R. Szymczak

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