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Marcela Lezana Bernárdez
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martes, 26 de octubre de 2010

EL ZORRO - CUENTO Nº 2


Bien dicen que “ el zorro pierde los pelos pero no las mañas”, y en este pequeño mundo  dentro del mundo que es la clínica, convergen un rico abanico de historias personales entre las que nos encontramos con un “zorro” que pierde los pelos aún;  y es víctima de no haber perdido las mañas.
Verlo, invita a la remembranza de lo que en otros tiempos se denominaba “ser cajetilla “ o “ petitero”. Zapatos de esterilla blancos o mocasines, del mismo color, siempre limpios y brillantes; pantalón al tono con un impecable planchado que resalta un par de rayas perfectas; camisa de seda haciendo juego, y un pañuelo al cuello, colocado con exquisito gusto, al mejor estilo gardeliano (horas frente al espejo deliberando entre cual escoger; el de seda azul y verde o el de manchitas borravino y mostaza). Blazer azul  de fina tela y una boina del mismo color que deja entrever una blanca y generosa cabellera; vestuarioadoptado en sus años mozos y que se constituyó en marca personal perpetuándose en el tiempo. (Hoy, resabios del que fuera el “picaflor” mas codiciado y admirado de mi ciudad).
 Se lo podía ver siempre a las mismas horas en el sitio que fuera poco más o menos, su segundo hogar, el mítico “Bar Central”. Estratégicamente situado en Irigoyen y Humberto, esquina céntrica de la ciudadela, que supo sobrevivir los vaivenes del país y  se constituyó en “ monumento regional” por mérito propio. Mantiene casi intacta su fachada y estructura; cuyos actuales dueños supieron remozar dándole un “tach” de modernismo sin alterar su clásico estilo; tanto como su fama.
El billar y el clásico “TAC” de sus bolas, el humo ocre de los cigarrillos de los parroquianos mezclándose con el inconfundible aroma de “¡¡¡ una de muzzarela”!!!; o el café Express con medialunas recién hechas, conciertan el corazón y esencia de este “santuario” de muchos, que como nuestro protagonista lo adoptaron como domicilio alternativo.
Los veranos convocan a rostros de distintas edades a sus mesas en la vereda que exhiben el vermouth de los mas añosos o la “birra” de los jóvenes. Las crocantes papas fritas, los maníes, la mortadela, el salchichón y salamines, cortados en dados casi perfectos completan esa particular escenografía.  Los partidos de fútbol transmitidos desde la capital por cable, reúnen a fanáticos  de ambos bandos en una “casi siempre cordial”tribuna que ruge al grito de gol en su interior, con frenesí y fervor de hincha.
La política, la economía, como tantos otros temas son solucionados en sus mesas y en su atmósfera comulgan los acordes de “ el viejo cafetín”, “el choclo”, “la cumparsita”, los boleros, los Rolling Stones, Bandana o Rodrigo.
Una verdadera caja de Pandora en la que tantos han encontrado la contención que estaban dispuestos a aceptar.
Allí, en ese casi epistolar predio(toda una postal), nuestro prototipo de Isidoro Cañones supo ir forjando  su vida conforme a una filosofía que lejos estaba de “esposa e hijos”.
Elegante, de voz suave, con evidente riqueza mental y depurada locución, supo galantear a cuanta muchacha se cruzó en su camino; no solo con esa presencia cuidadosamente concebida, sino con todo un arsenal de múltiples recursos pergeñados a tal fin; como anécdotas por miles, historias de amor y de trampa...; no faltando los éxitos deportivos, desde luego! Los partidos de tenis solían ser la excusa perfecta para lucirse con pocas prendas pero “legalmente,” y auto- halagarse al escuchar los suspiros del público femenino.
 A propósito de ello, buceando en la profundidad de su exquisita memoria, aflora una sensibilidad pocas veces revelada por su condición de “caballero de los de antes”. En cierta ocasión me narró que en las postrimerías de su tercer década, su machismo se postró ante la belleza y encanto de “una mujer”, a la que describió con entusiasmo y nostalgia, como una ninfa de larga cabellera rubia y ojos hechizantemente verdes, generoso busto y cintura espléndidamente ceñida que dibujaba a una típica “Divito”, pero...fruto prohibido ( era la esposa de su compañero de juego en los partidos de tenis); que le provocaba largas noches de insomnio y sueños inconfesables”;
 Luego de estas contiendas deportivas, solían concurrir a la casa del partenaire en cuestión, a paladear el guiso, puchero o asado, que preparaba “su” deidad, en nombre del festejo del éxito deportivo. Desde luego el disfrute era doble (el culinario y el sentimental), al poder gozar de esa presencia. Pero... un dilema se contraponía a los rígidos principios éticos y morales de la época ( y de siempre, si vamos al caso). Sin embargo su corazón lo traicionaba y así, un día que“su amigo” regresaría tarde a su hogar por razones laborales; nuestro personaje encontró la grieta exacta y se apersonó igualmente a la vivienda de aquel, sin flores ni dulces, mas, con sus mejores galas, en un intento de “cita” no acordada, pero con la certeza de que un “tet a tet” daría resultados conforme a las expectativas largamente acariciadas en su imaginación.
Marcela Lezana Bernardez / Marcos. R.Szymczak

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